Cuando uno calla, no siempre significa que quiere otorgar.
Desde el paso pesado, la mirada de la piba flota sobre las cabezas. Ahí están todos:
inmersos en el si y el no de un ser que de verdad, siempre se descubre no tener
nada. Y en este entrelugar se esconde una, en el vacío mental entre el si y el
no. Entre el no impuesto desde afuera y el si impuesto desde adentro. Ya no
hablo de un no lugar, sino de un lugar. Un entrelugar. Un lugar donde también
juega en el mundo de la oposición. Entre la violencia de la pobreza que se
justifica en el monstruo del imperio. Entre la empresa que se justifica bajo si
misma pisando a aquello que llama ‘resto’. El entrelugar de la indecisión no
fortuita, donde se juzga por no accionar. Donde el accionar es pertenecer a un
bando, del mismo juego siniestro y sin alma; donde el mundo se divide en dos
gotas de agua, ambas del mismo vaso infeliz. Callar, no es siempre otorgar. El
silencio se esconde de tras de las palabras, el silencio es nostalgia, el
silencio es angustia. Por eso lo odiamos, por todo lo que no dice y está
diciendo. Callar no otorga. Grita a los mil vientos mientras espera el momento justo para salir.
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